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Los fundamentalistas de la estadidad

In politica on November 19, 2010 at 1:29 pm

Por:  Celeste Benítez

El fundamentalismo religioso y político es una de las grandes calamidades de nuestro tiempo.  En el terreno religioso, tenemos fundamentalistas islámicos y fundamentalistas cristianos.  Se trata de grupos que insisten en una interpretación literal del Corán o de la Biblia.

Para ellos, esos textos de origen divino representan la verdad y la autoridad moral máxima, valores que deben imponerse sobre cualquier autoridad humana.  Ese fundamentalismo conduce inexorablemente al fanatismo.  La más clara expresión de ese tipo de extremismo es la “yihad”, o “guerra santa” que libran algunos sectores islámicos contra la cultura laicista occidental en tantas partes del mundo en nuestros días.

En Puerto Rico, junto al fundamentalismo religioso se da el fundamentalismo político.   Éste eleva el “ideal” de status de cada partido a la categoría de un fin absoluto, que justifica cualquier medio que se utilice para convertirlo en una realidad.  De nuestros tres partidos tradicionales, el PNP es el que más claramente ilustra esta tendencia.

Para los estadistas, cualquier cosa que se haga para arrastrar a Puerto Rico hacia la estadidad, está bien hecha.  El “ideal” así lo exige y así lo justifica.  No importa la magnitud del daño que se le inflija al País en el proceso: si la acción que se toma “acerca” a Puerto Rico hacia la estadidad, está bien hecha.

Los fundamentalistas de la estadidad idolatran a Estados Unidos y hacen todo lo posible por acrecentar el poder que ese país ejerce sobre  nosotros.  Para ellos, continúa teniendo vigencia en el 2010 la recomendación que hiciera el cónsul de Estados Unidos en Puerto Rico, Phillip C. Hanna, en un informe oficial con fecha de 25 de noviembre de 1898.

Con la Isla ya en manos del ejército invasor, el cónsul le recomienda a su gobierno adoptar la siguiente política:

“…lo mejor para esta Isla es que todo lo español sea totalmente cambiado, la forma de gobierno español, el Derecho español, los tribunales españoles… las costumbres españolas, el sistema de educación español… las supersticiones españolas y yo espero también que el idioma español sea cosa del pasado en la Isla.”

Esa política de transculturación a la brava estaba encaminada a que los puertorriqueños rechazáramos la cultura, las costumbres, los valores y el idioma propios nuestros para sustituirlos con las formas de cultura de Estados Unidos.

Con un ejemplar instinto de supervivencia espiritual y cultural, los boricuas luchamos contra esa política de transculturación a la trágala a lo largo de todo el Siglo XX.  Sin embargo, esa política de transculturación está tan viva en el ánimo de los fundamentalistas de la estadidad en el 2010 como lo estuvo en el ánimo de Hanna y sus sucesores en el 1898.

El proyecto radicado por la senadora Melinda Romero para prohibir las peleas de gallos en Puerto Rico es el ejemplo más reciente de ese intento enfermizo por aniquilar todo lo que nos hace diferentes a los 50 estados de la Unión norteamericana para asimilarnos más y más a la cultura de allá.

Como tantas de las maquinaciones de los fundamentalistas de la estadidad, ese proyecto es un gigantesco salto atrás a los peores momentos del coloniaje norteamericano.  Lo primero que hicieron nuestros nuevos amos tan pronto asumieron el control del gobierno de la Isla fue cambiarnos el nombre.  Así, de golpe y porrazo nos convirtieron en “Porto Rico”, para reafirmar su control sobre nosotros.

Como parte de ese proceso de intervenir en las costumbres  de los puertorriqueños, los americanos prohibieron las peleas de gallos en el País.  Pero nuestra gente se comportaba como el inmortal jíbaro de Luis Lloréns Torres: le decían “¡Unjú!” a los cantos de sirena de los pitiyanquis y luego hacían lo que les daba la gana.

Así, las peleas de gallos continuaron en el clandestinaje, como si nada.  Tuvo que intervenir un gran amante del deporte de los gallos para acabar con esa locura.  Como presidente del Partido Unión Republicana y presidente del Senado bajo la Coalición en la década de 1930, Rafael Martínez Nadal creó legislación para legalizar las peleas de gallos en la Isla.

Ahora, una descendiente política suya, la senadora Romero, quiere hacer retroceder a Puerto Rico a los peores años de la colonia norteamericana.  No le importa nada que las peleas de gallos sean legales en las Islas Vírgenes, en Guam, en Samoa y en las Islas Marianas del Norte.  No le importa que ese deporte mueva millones de dólares en nuestra economía; no le importa que ese proyecto ponga en riesgo los empleos de miles de puertorriqueños que se ganan la vida honradamente en las distintas actividades que ese deporte genera.

No: nada de eso importa nada.  Lo importante es meter a Puerto Rico desde ahora en la camisa de fuerza de la estadidad.

Volveré sobre este tema en un futuro artículo, porque hay muchas instancias más del fundamentalismo de la estadidad y del daño que esas actitudes le hacen al País.  Por hoy sólo quiero terminar recordándoles a los fundamentalistas de la estadidad que intentan atosigarnos el inglés por ojo, boca y nariz, las inolvidables palabras de Pablo Neruda:

“Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos…  Éstos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo…

Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas…  Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra…  Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma.

Salimos perdiendo…  Salimos ganando…  Se llevaron el oro y nos dejaron el oro.  Se lo llevaron todo y nos dejaron todo…  Nos dejaron las palabras.”

 

Desigualdad y Violencia

In politica, Puerto Rico, Sila Maria Calderon on July 11, 2012 at 6:50 pm

Sila Calderon

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por Sila M. Calderón

Se ha hablado y se ha escrito mucho, dentro y fuera de Puerto Rico, de la relación directa entre la desigualdad y la violencia.  Yo también he hablado de esto. Hoy, quiero ir más allá.

No hay duda –aunque muchos no lo conozcan—que Puerto Rico tiene una de las tasas de desigualdad más altas en el mundo. En una  lista de 147 países publicada por las Naciones Unidas, basada en el Coeficiente Gini, que representa el nivel de equidad en la distribución de ingresos, Puerto Rico ocupa el lugar 133 con un Coeficiente Gini de 0.532.  En otras palabras, existen 132 países con más equidad en la distribución de sus recursos que Puerto Rico, entre ellos, Afganistán, Bangladesh, Egipto, Pakistán y Liberia, por mencionar algunos. Por otro lado, solamente 13 países de este informe tienen mayor desigualdad en la distribución de sus riquezas que Puerto Rico, entre ellos, Ecuador, Bolivia, Honduras, Angola y Haití.

En la actualidad 45% de nuestra ciudadanía vive bajo los estándares federales de pobreza. Bajo esos mismos estándares, Mississippi, el estado más pobre de la nación norteamericana tiene 22.4%.

¿Cómo puede ser que en una isla en la cual existe una infraestructura de primera, hoteles y facilidades de lujo para el turismo, grandes y costosas urbanizaciones cerradas y restaurantes que compiten a nivel mundial, exista una pobreza de esta magnitud?

Increíblemente, en Puerto Rico el 20% de los más pudientes gozan del 56% de la riqueza nacional; mientras el 20% más pobre disfruta solo del 1.9% de esa misma riqueza.

Estas estadísticas son números abstractos.  Pero la realidad detrás de estos números es otra:  es la realidad del hacinamiento, la realidad de la ausencia de ingresos propios y la peor realidad, que es la de falta de oportunidades

¿Hasta cuándo vamos a ignorar estos datos? ¿Hasta cuándo vamos a seguir mirando, sin ver? ¿Hasta cuándo vamos a seguir oyendo, sin escuchar?

No hay duda tampoco que Puerto Rico se ha convertido en uno de los países más violentos del hemisferio.

El pasado mes de junio cerró con 468 asesinatos en lo que va de año. Un gran porciento de ellos, relacionados a las drogas y narcotráfico, persecuciones y balaceras en vías públicas y violencia contra la mujer.  Una muestra breve: madre e hija asesinadas en su negocio de floristería en Bayamón, joven de 17 años baleado a muerte en un “carjacking” en Dorado, dos jóvenes asesinados en una carretera de Cupey, un “disc jockey” asesinado en Cidra, un gerente de una cadena de comida rápida asesinado en Juncos, un hombre que mata a machetazos a su pareja en Yauco.  El fin de semana anterior fue uno sangriento con 17 muertes violentas.  Esto sin contar las decenas de heridos, familias rotas y la estela de sufrimiento, impotencia y frustración que estos episodios provocan.

Todos estamos de luto por estas muertes insensatas, como lo fue la de Stefano, hijo y nieto de una prominente familia de San Juan. También estamos de luto por Karla Michelle, de Villa Palmeras; como lo estamos por los que mueren asesinados en los residenciales, en las barriadas y en los puntos de drogas. Sus nombres quizás no aparecen en los periódicos, pero el dolor de sus familiares es igual de amargo. La angustia por nuestros muertos asesinados no tiene límite.

Son cientos los estudios científicos que señalan la pobreza y la desigualdad como factores detonantes para la violencia y el subdesarrollo.  Por ejemplo, el Estudio Global sobre Homicidios de las Naciones Unidas publicado en el 2011, revela que Puerto Rico tiene una tasa de asesinatos que proporcional al número de sus habitantes, triplica la de Estados Unidos y es mucho mayor que la de México.  No ha de sorprender que el mismo estudio señala que en todas las Américas los países más desiguales son los mismos que exhiben las tasas más altas de muertes violentas.

He hablado de esto públicamente en innumerables ocasiones y he dedicado años de mi vida a trabajar con los más desposeídos. Hoy quiero hacer más que hablar y trabajar.  Quiero expresar a los cuatro vientos que éste es el país de las injusticias y de las insensibilidades.  Quiero despertar con mi grito del alma a aquéllos que aún no se han dado cuenta que son esas injusticias e insensibilidades las que nos tienen sumidos en una guerra civil de asesinatos y de terror.

Hoy quiero lanzar mi palabra al viento para ver si ella jamaquea a los puertorriqueños y a las puertorriqueñas a abrir sus ojos y sus oídos, y también sus corazones, para ayudar a los que se nos han quedado atrás a salir del abandono.

Y no me estoy refiriendo al asistencialismo, ni mucho menos a “obras de caridad”.  Estoy hablando de crear las condiciones para que los hombres y mujeres que viven en profunda desventaja puedan levantarse por sí mismos.  Estoy hablando de ofrecerles las herramientas para que ellos puedan ganarse su sustento digna y honestamente, rompiendo con la dependencia que corroe su espíritu.

Hoy quiero expresar con todas mis fuerzas y con toda mi emoción que es absolutamente necesario que se establezcan en Puerto Rico políticas públicas continuas para promover la autogestión, el apoderamiento y el empresarismo entre aquéllos que no tienen nada. Hoy también quiero reclamar públicamente el restablecimiento del proyecto de valores en todos los niveles en todas las escuelas públicas y no sólo en unas cuantas.  Me refiero al proyecto que tanto trabajo dio instituir en el 2002 y que se desmanteló de un plumazo en el 2005.  Estas políticas públicas, si se establecieran, al igual que sus consabidos programas, no serían un costo para el erario. Al contrario, serían una inversión, la más grande que se puede hacer, para lograr un Puerto Rico de más estabilidad, más productividad y sobre todo, de más paz.  No es con la Policía que vamos a terminar con la violencia. Es yendo a la médula del problema y haciendo esfuerzos reales para lograr mayor equidad.

No hay duda que en la educación hacia el apoderamiento personal y el retorno a los valores que siempre hemos sostenido, es que se encuentra el comienzo de la reconciliación y el final de la terrible consternación y desconsuelo que reina en Puerto Rico.

Hace unos días, leí unas líneas del escritor español García Lorca que quisiera compartir con ustedes hoy: “…la melancolía que yo siento no es por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, si no por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es la vida, de su bondad, su serenidad y su pasión”.  Y continúa García Lorca, “…yo tengo más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento.  Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan, pero un hombre que tiene ansias de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía…”.

He oído a muchos decir que en Puerto Rico ya no se puede vivir, que los profesionales se están yendo del país y que los hijos universitarios no quieren regresar.

Sin embargo, somos muchos los que tenemos fe en la capacidad de este pueblo y en sus posibilidades. Los que tenemos fe nos abrazamos a la esperanza de un Puerto Rico más equitativo y de mejor convivencia; y tenemos la convicción de que así puede ser. Por eso no nos quitamos.

Porque en Puerto Rico hay mucho trabajo que hacer.

No han aprendido nada

In Celeste Benitez, Gobernador Luis Fortuño, politica on March 29, 2011 at 1:44 pm
El Viejo San Juan

Contra viento y marea, y contra todos los pronósticos que todo el mundo hacía, en el plebiscito del 14 de noviembre de 1993 el ELA resultó triunfante con 826,votos (48.5%), frente a los 788,296 (46.4%) de la estadidad y los 75,620 (4.4%) de la independencia. El ELA se impuso en 5 de los 8 distritos senatoriales y en 55 de las 78 alcaldías. Votó el 73.5% del registro de electores, la participación electoral más alta de cualquier plebiscito o referéndum jamás celebrado en Puerto Rico.

Por: Celeste Benítez

Al regresar triunfante en el 1815 de su breve exilio en la isla de Elba para destronar al rey borbón Luis XVIII, Napoleón emitió una proclama al pueblo de Francia con estas famosas palabras, “A los pocos meses de reinar los Borbones, os han convencido de que no han olvidado nada y que no han aprendido nada.”

Lo mismo puede decirse del Partido Nuevo Progreista y del gobernador Luis Fortuño: no han olvidado ninguna de las trampas y malas mañas de Carlos Romero y de Pedro Rosselló, y no han aprendido nada de las sabias lecciones de vergüenza electoral que los puertorriqueños les hemos dado en los pasados años.

Esto lo vemos muy claramente con los dos plebiscitos criollos que el PNP dijo el sábado pasado que se propone legislar. En una primera consulta que celebrarían este mismo año (la segunda la posponen para el 2013), pondrían a los electores a escoger una de tres opciones: estadidad, independencia y libre asociación.

Sí, aunque usted no lo crea, una vez más el PNP se empeña en sacar al Estado Libre Asociado (ELA) de la papeleta. Están convencidos de que ésa es la única manera en que podrían fabricarle un triunfo a la estadidad en un plebiscito. Pero esa jaibería politiquera tiene una historia que todos los mayores tenemos que recordar y todos los jóvenes tienen que conocer.

El origen de esos repetidos intentos del PNP de sacar al ELA de la papeleta se remonta a los resultados del plebiscito del 14 de noviembre de 1993. En las elecciones del 3 de noviembre de 1992 el Partido Popular había sufrido la hasta entonces peor derrota electoral de toda su historia. El doctor Pedro Rosselló ganó la gobernación con el 49.9% de los votos emitidos; candidatos del PNP triunfaron en 54 de las 78 alcaldías del país y ese partido obtuvo dos terceras (2/3) partes de los escaños de ambas Cámaras de la Legislatura.

El 1993 comenzaba con un Partido Popular mordiendo el polvo amargo de la derrota. La situación se agravó aún más cuando la candidata derrotada, senadora Victoria “Melo” Muñoz, renunció a la presidencia del partido y se desató una fuerte pugna por la sucesión. Derrotado, desmoralizado, endeudado, y ahora dividido en cuatro bandos en lucha por la presidencia, el PPD atravesaba en mayo de 1993 el momento de mayor vulnerabilidad de toda su historia.

Fue justamente entonces, en los primeros días de aquel mayo fatídico, que el gobernador Rosselló anunció su intención de celebrar un plebiscito sobre status en el mes de noviembre. Era obvio que él y su partido querían aprovechar la grave crisis interna del PPD para asestarles un tiro en la nuca al partido y al ELA. El plebiscito sería el instrumento que les permitiría matar esos dos pájaros de un tiro.

Contra viento y marea, y contra todos los pronósticos que todo el mundo hacía, en el plebiscito del 14 de noviembre de 1993 el ELA resultó triunfante con 826,votos (48.5%), frente a los 788,296 (46.4%) de la estadidad y los 75,620 (4.4%) de la independencia. El ELA se impuso en 5 de los 8 distritos senatoriales y en 55 de las 78 alcaldías. Votó el 73.5% del registro de electores, la participación electoral más alta de cualquier plebiscito o referéndum jamás celebrado en Puerto Rico.

Tras la derrota, en vez de obedecer la voluntad del pueblo, Rosselló puso inmediatamente en marcha su Plan B de status. Al ver que no podría obtener la estadidad por la vía de las urnas, porque no tenía los votos para respaldarla, Rosselló decidió que el PNP libraría la batalla por la estadidad en el Congreso y la Casa Blanca, por la vía de las influencias que podría hacer valer allí con los dineros de nuestro pueblo.

Para ejecutar ese plan maquiavélico de comprar la estadidad a precio de oro con la chequera del Estado Libre Asociado, Rosselló destacó en Washington a su secretario de la Gobernación, Álvaro Cifuentes. Él y el congresista republicano por Alaska Don Young fueron fichas clave en esa estrategia.

Young radicó en el Congreso varios proyectos de ley que eran todos variaciones sobre un mismo tema: cómo sacar el ELA de la papeleta electoral para obligarnos a escoger entre la estadidad y la independencia, las dos fórmulas de status que los puertorriqueños hemos rechazado consistentemente desde el primer plebiscito de 1967.

Incontables millones de dólares más tarde, idos a forrar los bolsillos de funcionarios, políticos y cabideros de toda índole, el 4 de marzo de 1998 el H.R. 856 fue puesto a votación en el Congreso. Tras una confusa votación, fue aprobado por un solo voto: 209 a favor y 208 en contra. Ese resultado representó la muerte del “Proyecto Young”, como se le conocía aquí.

A pesar de ese estrepitoso fracaso, Rosselló se empecinó en celebrar otro plebiscito el 13 de diciembre de ese mismo año. La dócil Legislatura PNP le legisló el plebiscito más marullero que podría imaginarse. Entre otras trampas, el nombre “Estado Libre Asociado” no aparecía por ningún lado en una papeleta que confrontaba al elector con cuatro opciones distintas con las que ningún estadolibrista podía identificarse.

Había una quinta opción: “Ninguna de las anteriores”. Asqueado por tanta trampa, el País votó por “Ninguna de las anteriores”, que obtuvo el 51.3% del total de sufragios emitidos.

Como el PNP no aprende, el 19 de mayo de 1999, el comisionado Pedro Pierluissi radicó el H.R. 2499, otra versión del Proyecto Young, que eliminaba al ELA de la papeleta de los plebiscitos de status que ese proyecto proponía. Una vez más, un gobierno penepeísta gastaba millones de dólares de la chequera del ELA para comprar la aprobación de esa otra trampa.

Pero no contaban con la astucia del representante Héctor Ferrer. El presidente del PPD convenció a la congresista Virginia Foxx (Republicana, representante por el Distrito 5 de Carolina del Norte) de la jaibería de ese proyecto. Cuando el H.R. 2499 fue llevado a votación, Foxx presentó una enmienda en el hemiciclo para que el ELA fuera incluido en la papeleta. La enmienda fue aprobada, y así, el H.R. 2499 murió sin que nadie lo llorara.

Como no aprenden, Fortuño y el PNP siguen dándole con la cabeza al seto con otro proyecto de plebiscito que saca al Estado Libre Asociado de la papeleta de votación. Le espera otra nueva derrota a su repugnante jaibería electoral.