Por Celeste Benítez
“Galileo Galilei” es una de las obras maestras del dramaturgo alemán Bertolt Brecht. Inspirado en la vida del físico y astrónomo, el momento culminante del drama es el juicio al que el Tribunal de la Inquisición sometió a Galileo en junio de1633.
El eminente científico fue acusado de herejía por apoyar la teoría heliocéntrica de Nicolás Copérnico, que sostenía que la tierra gira alrededor del sol. Entonces, la Iglesia defendía la teoría geocéntrica: la tierra se mantiene inmóvil en el centro del universo, y el sol y las demás estrellas giran en torno a ella.
Como la visión geocéntrica está plasmada en la Biblia, la Iglesia consideraba la teoría heliocéntrica una herejía. Y en aquellos tiempos los herejes eran perseguidos con especial rigor, castigados con horribles torturas físicas y quemados en la hoguera.
La Inquisición confrontaba a Galileo con una disyuntiva: o defiendes la teoría copernicana y pagas por ello con tu vida, o abjuras de ella y salvas tu pellejo. En la obra de Brecht, la escena culminante ocurre en el aposento de Galileo en Roma. En medio de una tensión insoportable, el día del juicio sus discípulos esperan el desenlace, confiados en que su maestro defenderá las ideas en las que cree.
De repente, se oyen las campanas echadas al vuelo en toda la ciudad, y fuera de escena una voz lee el texto de la confesión del acusado: “Yo, Galileo, hijo del finado Vincenzio Galilei de Florencia, (…) de corazón sincero y con fe no fingida, abjuro, maldigo y detesto todos y cada uno de los errores, herejías y sectas contrarios a la Santa Madre Iglesia…”
Los jóvenes no pueden creer lo que acaban de oir, y es el discípulo preferido de Galileo, Andrea Sarti, quien juzga con más dureza a su maestro. Poco después entra en escena el anciano, destruido. Andrea se le acerca y con un enorme desprecio lo increpa: “¡Desgraciado el país que no tiene héroes!”
“No”, contesta Galileo, “desgraciado es el país que necesita La obra termina con una escena en la villa a las afueras de Florencia, donde Galileo extingue la sentencia de arresto domiciliario a que fue condenado por la Inquisición, además de la prohibición de publicar sus obras. El anciano, ya casi ciego, recibe la visita de un discípulo que viene a despedirse, pues viajará fuera del país.
Galileo le entrega el manuscrito en que ha estado trabajando en secreto –una de sus obras capitales, “Discursos sobre dos nuevas ciencias”– para ser publicado en Holanda, lejos del alcance de la Inquisición, como en efecto ocurrió. Brecht nos presenta en su obra dos tipos de líderes: el que admira Andrea Sarti: el héroe clásico, montado a caballo, que con espada desenfundada desafía la muerte en defensa de su causa: una Santa Juana de Arco, o un Simón Bolívar. El otro tipo de líder es el Galileo que el autor nos presenta: la persona que en el anonimato y en la intimidad de su hogar hace lo que su conciencia le dicta, aún en circunstancias adversas.
El Puerto Rico de nuestros días es una sociedad rota. La deuda pública ha alcanzado unas cantidades que coquetean con la catástrofe, la economía continúa estancada, el desempleo sigue subiendo y la Administración Fortuño, no contenta con haber despedido ya no menos de 20,000 empleados públicos, planea seguir tirando a la calle a muchos más jefes de familia que la empresa privada no está en condiciones de emplear. Nos va a tomar muchos años recuperarnos de esta terrible crisis.
Por otra parte, los robos a ciudadanos, a comercios y a bancos son la orden del día. Contrario a lo que afirma este gobierno, las calles han dejado de ser seguras, y los asesinatos rompen récords históricos, con una jefatura policíaca inepta y politiquera, incapaz de enfrentar la ola delictiva que nos arropa.
Hoy, los puertorriqueños sentimos vergüenza y desprecio por nuestros líderes políticos. Y cómo no puede ser de otra manera, si tenemos un gobernador pusilánime, que no siente ningún respeto por la verdad y que le tiene miedo a los “líderes” de su propio partido. En el Senado padecemos un presidente dictatorial, que pisotea los más sagrados derechos de los ciudadanos, la prensa y los legisladores de minoría, un tipo que defiende a brazo partido a los corruptos de su partido, el PNP, con su estilo violento y zafio de guapo de barrio.
¿Qué vamos a hacer con un gobierno empeñado en controlarlo todo, que ha convertido al Tribunal Supremo y a la Junta de Síndicos de la Universidad de Puerto Rico en comités de barrio del PNP, y que destruye las instituciones que no puede controlar, como el Colegio de Abogados, que le ha servido bien al País a lo largo de sus 170 años de historia, o como el Colegio de Médicos, en peligro de descolegiación?
¿Qué vamos a hacer con una UPR que tiene un presidente inepto, sin espina dorsal, y una presidenta de la JS que obedece ciegamente las órdenes que recibe de La Fortaleza, olvidando los intereses de la Universidad a los que se supone que sirva? ¿Qué vamos a hacer con una Universidad, cuya misión es la búsqueda de la verdad, cuyos directivos mienten descaradamente, metiéndole miedo al País con una falsa pérdida de fondos federales y con una supuesta conspiración “socialista” para subvertir nuestro sistema político?
¿Qué vamos a hacer, Puerto Rico? No tenemos otra alternativa que ponernos de pie. Y a los que se lamentan y esperan, pasivos, por un “líder” que nos salve de estas desgracias, hay que recordarles la frase de Brecht: “Desgraciado es el país que necesita líderes”.
En ausencia de líderes, es a todos nosotros, los ciudadanos de a pie, a quienes nos corresponde sacar la cara por Puerto Rico. Por eso tenemos todos que ir a la marcha del domingo.
¡Nos vemos allí!